Guayaquil, la ciudad más poblada de todo Ecuador (tiene más de 4 millones de habitantes), me recibió con los brazos abiertos. Mi buen amigo Bastien me estaba esperando en el aeropuerto para llevarme a su casa a descansar y a preparar todo el material para irnos al día siguiente a las Islas Galápagos.
En la casa de Bastien estaban su compañero de piso José María y Fico, fotógrafo y estrella del rock.
Juntos nos fuimos a cenar para empezar a planear esta gran aventura:
Ya en el aire, cuando pude ver por primera vez las islas, sentí algo mágico. No sé si fue lo mismo que sintió Darwin pero la visión que tuvo que tener él no pudo ser muy diferente a la mía ya que apenas se modificó nada del archipiélago desde entonces. Es algo así como las Islas Canarias pero vacías de edificios y llenas de animales, llenas de vida. Además, el mar que las rodea tiene un color azul turquesa mega-transparente que te permite ver la sombra de los peces más grandes desde el avión.
Que todo este espectáculo de la naturaleza permanezca intacto es gracias al plan de turismo ecológico que se está desarrollando en las islas con el fin de preservar las especies. A mi me cobraron 100 dólares por entrar como extranjero pero los pagué encantado sabiendo que con ese dinero se ayuda a conservar la grandiosa biodiversidad de flora y fauna que hay, la cual le hizo ganarse la denominación de “Islas Encantadas”. Es que se ven tan puras… Apenas hay turismo y seres humanos, yo creo que los leones marinos nos superan en número allí! Da mucho que pensar. Otra prueba más de que el ser humano no es más que otro mero habitante de este planeta, y no su dueño como algunas personas piensan.
La vida en la pequeña Isla de San Cristóbal es tranquila. Nos solíamos levantar a la hora que queríamos pues el “crowd” (la cantidad de gente surfeando) no era un problema y el viento solía salir ya de noche, siendo a veces bueno y a veces malo. Desayunábamos un encebollado (es como una sopa de pescado) en “Encebollados El Maremoto” con lo que se pescaba en ese mismo amanecer y cogíamos un taxi directo a la zona de olas, desde allí, viendo el mar, decidíamos caminar hacia la izquierda o hacia la derecha.
La primera opción que teníamos al llegar a esta zona era un pico llamado “La Lobería”. Éste era muy sensible al swell. Tenía olas todos los días aunque lo que más tenía eran leones marinos (de ahí su nombre). Muchos de estos leones marinos se acomodaban en tu mochila mientras surfeabas y al salir no les podía echar tocándolos porque se les quedaba impregnado tu olor de humano y luego no los querían en su familia.
A la derecha de “La Lobería” estaba “El Velero” y más a la derecha, “El Pico”. Por último, ya al fondo, teníamos la joya de la corona: “El Tongo”. Una izquierda kilométrica y carveable a la que se podía ir andando (45 minutos) desde donde te dejaba el taxi o atravesando el aeropuerto para llegar antes. Lo de atravesar el aeropuerto era una buena opción pero en el momento en el que yo fui la policía estaba un poco tensa porque recientemente unos surfistas habían atravesado la pista justo cuando un avión iba a aterrizar y éste tuvo que subir de nuevo in-extremis ante los ojos de todos los asombrados presentes.
Lo mejor de todo es que, por si estas olas solitarias no fuesen suficientes, había por lo menos otras dos más en la isla. Una izquierda llamada “El Cañón” que justo no se podía surfear esa semana porque tenía un barco encallado y lo estaban vaciando. Y una derecha llamada “Carola” que funciona con swell del norte y que se dice que es una de las mejores derechas de América… Por desgracia sólo nos entraron swelles del sur así que habrá que volver en otra ocasión! La ola rompe justo detrás de este faro:
Por si todo esto fuese poco, el amigo local de Bastien, Toto, era un tío diez, además de ser un gran surfista. El primer día que llegamos estaba dando un concierto con su hermano y unos amigos en el bar del pueblo. Tocaban una música muy tranquila, como el surf que se hace allí. Para continuar con la tradición empezamos a reunirnos en ese bar todas la noches, jugábamos al billar, nos relacionábamos con la gente local y hablábamos de las sensaciones de disfrute que produce surfear olas así. La vida era bien bonita y simple en “Las Encantadas”.
Un día, Toto nos llevó a la cima del volcán “El Junco”. En su cráter se sitúa el mayor lago de agua dulce del archipiélago y desde él se puede ver prácticamente toda la isla:
A la vuelta paramos en una cueva natural y luego volvimos al pueblo a nuestro banco habitual para ver el atardecer:
Estuvimos buceando un buen rato. No vimos tiburones pero sí muchos leones marinos y peces, además de tortugas claro:
Ese día buceando encontramos la tortuga más grande que se vio en todo el año. Pesaba 70 kilos y costó muchísimo subirla a bordo. Lo heavy es que por la tarde vimos en tierra a una que era el doble de grande y que tenía 180 años, es decir, que ya estaba cuando vino Charles Darwin en su primer y único viaje. Ésta era:
También había varias pequeñitas. Éstas eran de tamaño mediano:
De vuelta en el continente llegamos justo para ver el "Clásico del Astillero", un partido de fútbol en el que se enfrentan los dos equipos más populares del fútbol ecuatoriano, el Barcelona Sporting Club y el Club Sport Emelec, ambos de Guayaquil. Me acuerdo que hace varios años vi un reportaje en Deportes Cuatro sobre un equipo de fútbol sudamericano que tenía el mismo nombre y el mismo escudo que el Barcelona porque lo había fundado un catalán que vivía fuera de casa. No me podía creer que estuviese viendo el derby de ese equipo en directo. Cosas de la vida.
En la casa de Bastien estaban su compañero de piso José María y Fico, fotógrafo y estrella del rock.
Ya por la mañana volvimos al aeropuerto para coger el vuelo al archipiélago galapeñao. Volamos con la mejor compañía aérea de todo América: LAN Airlines. Con ella las tablas viajan gratis y los pasajeros van muy cómodos disfrutando de sus nuevos asientos con pantalla individual y películas en estreno.
En total teníamos cuatro posibilidades de olas, todas ellas sin gente y funcionando todo el día. Podías surfear hasta la sobredosis o hasta que el sol abrasador te ganase la partida. A mi me la ganó y me dibujó un “mapita" en la espalda que me llevo de recuerdo.
Raro era el día en que no veíamos una tortuga en el pico:
A la derecha de “La Lobería” estaba “El Velero” y más a la derecha, “El Pico”. Por último, ya al fondo, teníamos la joya de la corona: “El Tongo”. Una izquierda kilométrica y carveable a la que se podía ir andando (45 minutos) desde donde te dejaba el taxi o atravesando el aeropuerto para llegar antes. Lo de atravesar el aeropuerto era una buena opción pero en el momento en el que yo fui la policía estaba un poco tensa porque recientemente unos surfistas habían atravesado la pista justo cuando un avión iba a aterrizar y éste tuvo que subir de nuevo in-extremis ante los ojos de todos los asombrados presentes.
A la vuelta paramos en una cueva natural y luego volvimos al pueblo a nuestro banco habitual para ver el atardecer:
Es curiosa la cantidad de especies que conviven en en la isla. Hay varias que sólo se pueden ver en las Galápagos como la iguana marina:
También me llamó la atención la imagen que tienen los niños al salir del colegio, es justo esta:
Tuve la suerte de conocer a mucha gente en la semana que estuve allí. Una de esas personas, Pablo, estaba trabajando en el Centro de Ciencia de Galápagos. Él nos invitó a visitarle en las instalaciones del Centro y, junto al resto del equipo que allí trabajaban, nos explicó lo que significa turismo ecológico y a qué se dedicaban ellos en concreto.
También nos invitaron a acompañarles una mañana a localizar tortugas para medirlas, pesarlas y marcarlas para controlar que todo estuviese bien. Teníamos que bucear para encontrarlas y avisar si veíamos alguna para que ellos la subieran a la lancha.
Estuvimos buceando un buen rato. No vimos tiburones pero sí muchos leones marinos y peces, además de tortugas claro:
Ese día buceando encontramos la tortuga más grande que se vio en todo el año. Pesaba 70 kilos y costó muchísimo subirla a bordo. Lo heavy es que por la tarde vimos en tierra a una que era el doble de grande y que tenía 180 años, es decir, que ya estaba cuando vino Charles Darwin en su primer y único viaje. Ésta era:
También había varias pequeñitas. Éstas eran de tamaño mediano:
De vuelta en el continente llegamos justo para ver el "Clásico del Astillero", un partido de fútbol en el que se enfrentan los dos equipos más populares del fútbol ecuatoriano, el Barcelona Sporting Club y el Club Sport Emelec, ambos de Guayaquil. Me acuerdo que hace varios años vi un reportaje en Deportes Cuatro sobre un equipo de fútbol sudamericano que tenía el mismo nombre y el mismo escudo que el Barcelona porque lo había fundado un catalán que vivía fuera de casa. No me podía creer que estuviese viendo el derby de ese equipo en directo. Cosas de la vida.
Como Bastien tenía clases que recuperar me fui con sus amigos a la costa.
Me trataron de lujo todos ellos. Me sentía como uno más. Me llevaron a las mejores olas y nos lo pasamos muy bien. Desde aquí me gustaría darles las gracias por portarse tan bien conmigo. Espero verles en Europa!!
Lo malo es que los últimos días los pasé enfermo. Un día dormí con el aire acondicionado a 16º y lo pagué caro. Antibióticos y de vuelta para Guayaquil.
Estas fueron mis últimas fotos en este bonito país: