Cumpliendo mis sueños en Costa Rica, un país precioso por su biodiversidad (la mayor del planeta), por sus veintisiete parques nacionales, por sus "pura vida", sus "maes", sus playas, olas y cataratas. No sé, por todo. La cuestión es que hay algo que me enamora.
Después de caminar con las tablas y la mochila los 300 metros de puente en ruinas que separa Panamá de Costa Rica bajo un sol de justicia y coger un autobús de una hora, por fin llegaba a mi siguiente destino: Puerto Viejo.
Puerto Viejo es una mezcla de pueblos y culturas. La más numerosa, la rastafari-jamaicana. Poblaron esta localidad hace más de cien años cuando se produjo una gran oleada migratoria para trabajar en la construcción del ferrocarril que une la capital San José con la costa caribeña. El pueblo entero parece Jamaica. No era extraño que por las mañanas me despertase la música de Bob Marley.
Yo venía aquí buscando una ola especial. Se forma en un arrecife lejos de tierra firme. Hay que remar diez minutos sobre la tabla antes de intuir una derecha que se dobla sobre sí misma y forma un tubo gigantesco. Le llaman Salsa Brava porque tiene mucha masa de agua, igual que una salsa espesa, y es extremadamente potente. Fueron posiblemente las olas más grandes y fuertes de mi vida. ¡Todo lo contrario a lo que uno puede esperar del Caribe!
Nuestra rutina allí era bien sencilla: surfeábamos varias horas por la mañana (desde las 6 a las 10 más o menos) hasta que se metía el viento y luego nos pegábamos un buen homenaje en una panadería italiana mientras comentábamos la sesión. Más tarde, hacíamos dedo o alquilábamos unas bicicletas para ir a surfear a Cocles (una playa un pelín más al sur). Como todo el mundo tiene pick-up en Centroamerica, es raro que no paren para ofrecerte transporte (gratis) si les queda de camino. Cocles rompía bien en todas las mareas y con todos los vientos, todo un caramelo comparada con Salsa Brava. Además, siempre había una señora con una parrilla móvil a la que le comprábamos carne para comer en la playa.
De vuelta en Puerto Viejo solíamos ir a cenar un casado (plato típico compuesto de arroz, frijoles, plátano frito y acompañado de ternera, pollo o pescado) a una soda (restaurante local). Era abundante y barato, aunque acabamos un poco artos del arroz y los frijoles jeje.
La persona del medio es Gil, un buen amigo de Israel que conocí hace muchos años en el Campeonato de Europa. Nos lo encontramos en el pueblo, venía de pasar cuatro meses en Hawaii y decidió acompañarnos en lo que quedaba del viaje. Es un surfero muy bueno, una gran inspiración y motivación tanto dentro como fuera del agua. Además, tiene el mismo sponsor que yo (Billabong).
Dar las gracias a Reyes (una amiga de Ferrol que está estudiando en Costa Rica) que nos acercó a la parada de bus.
Al día siguiente cogimos un bus hacia el Pacífico. Nuestra primera parada fue Santa Teresa, en la península de Nicoya, donde nos alojamos en el Hostel Brunelas.
Personalmente, me gusta mucho Santa Teresa. Es un sitio muy cómodo para vivir y surfear ya que tienes todo a mano y no hace falta coche. La vida es muy fácil allí. Puedes dormir por menos de diez dollares la noche y tomarte un coco en la playa viendo el mejor atardecer que hayas visto jamás. A parte, hay mucho argentino en esa zona y ya sabemos como cocinan los argentinos…
Nosotros estuvimos diez días. Luego alquilamos un coche y nos fuimos más al norte.
La primera parada fue Tamarindo. Surfeamos varias playas de los alrededores. Definitivamente, es el sitio donde hay más turistas. Las playas están abarrotadas y los precios son más elevados de lo habitual.
La mejor opción de todas es Playa Grande, donde más mar entra y donde más olas puedes coger (la playa es larga y hay varios picos). Está separada de Tamarindo por un pequeño río con algún que otro cocodrilo. El año pasado un cocodrilo atacó a un español, ¡que casualidad! Puedes cruzarlo a nado y llegar andando a la playa o rodearlo en coche (tardas casi una hora), tu eliges. Nosotros fuimos en coche.
Acampar en el parque nacional fue todo un reto. Los monitos no son tan divertidos cuando tienen hambre y tu tienes comida. Normalmente les daría lo que tengo pero a Roca Bruja me fui con lo justo porque allí no hay nada. Compramos una nevera con hielo pero poco duró. La comida que llevamos casi toda se estropeó (menos los frijoles rojos y el atún en lata) o nos la comieron los mapaches. El agua se calentó pero era lo que había si teníamos sed. La verdad es que perdí bastantes quilos en los pocos días que estuve allí pero está claro que mereció la pena. Dormir cinco personas en una tienda de tres, sin esterillas, con los mapaches oliéndote toda la noche y las serpientes pasando por debajo de la tienda te hace valorar la tranquilidad y lo acogedor de tu hogar, ah y te enseña a vigilar tu comida!
Cuando forzábamos el baño hasta que no había luz, al volver caminando no se veía nada y no sabíamos por donde estaba la entrada a la zona donde teníamos la tienda. Muchas veces nos la pasamos y tuvimos que dar media vuelta.
Cuando el mar volvió a bajar arrancamos para Nicaragua. Dejamos el coche en la frontera y entramos andando en el país cargando las tablas al hombro bajo el ardiente sol, como de costumbre.
Éste es el mapa de la última etapa:
Después de caminar con las tablas y la mochila los 300 metros de puente en ruinas que separa Panamá de Costa Rica bajo un sol de justicia y coger un autobús de una hora, por fin llegaba a mi siguiente destino: Puerto Viejo.
Yo venía aquí buscando una ola especial. Se forma en un arrecife lejos de tierra firme. Hay que remar diez minutos sobre la tabla antes de intuir una derecha que se dobla sobre sí misma y forma un tubo gigantesco. Le llaman Salsa Brava porque tiene mucha masa de agua, igual que una salsa espesa, y es extremadamente potente. Fueron posiblemente las olas más grandes y fuertes de mi vida. ¡Todo lo contrario a lo que uno puede esperar del Caribe!
Se partieron muchas tablas durante los días que estuvimos allí y se vieron los primeros gran wipeouts.
De vuelta en Puerto Viejo solíamos ir a cenar un casado (plato típico compuesto de arroz, frijoles, plátano frito y acompañado de ternera, pollo o pescado) a una soda (restaurante local). Era abundante y barato, aunque acabamos un poco artos del arroz y los frijoles jeje.
Tras varios días con la misma rutina, el Caribe se fue apagando. La temporada había terminado y las olas no regresarían hasta diciembre, por lo que esperamos a que nuestros compatriotas Dani, Jose y Nacho llegaran de Bocas del Toro y nos fuimos todos a San José.
En San José aprovechamos para hacer compras (las tiendas tienen mucha ropa americana antigua, de la que se vuelve a llevar ahora) y visitar a Lope, que nos invitó a una barbacoa en su casa. Lope es un amigo de Santander que se mudó a Costa Rica hace siete años y montó una fábrica de tablas de surf. Ahora produce y distribuye para todo Centroamérica y Sudamérica.
La verdad es nos reunimos una buena cuadrilla allí:
Personalmente, me gusta mucho Santa Teresa. Es un sitio muy cómodo para vivir y surfear ya que tienes todo a mano y no hace falta coche. La vida es muy fácil allí. Puedes dormir por menos de diez dollares la noche y tomarte un coco en la playa viendo el mejor atardecer que hayas visto jamás. A parte, hay mucho argentino en esa zona y ya sabemos como cocinan los argentinos…
La primera parada fue Tamarindo. Surfeamos varias playas de los alrededores. Definitivamente, es el sitio donde hay más turistas. Las playas están abarrotadas y los precios son más elevados de lo habitual.
La mejor opción de todas es Playa Grande, donde más mar entra y donde más olas puedes coger (la playa es larga y hay varios picos). Está separada de Tamarindo por un pequeño río con algún que otro cocodrilo. El año pasado un cocodrilo atacó a un español, ¡que casualidad! Puedes cruzarlo a nado y llegar andando a la playa o rodearlo en coche (tardas casi una hora), tu eliges. Nosotros fuimos en coche.
Como las previsiones decían que subía el mar decidimos adentrarnos en el Parque Nacional de Santa Rosa, un par de ríos más al norte, donde rompe una de las mejores olas de Costa Rica: Roca Bruja. Fue el sitio más alejado de la civilización en el que practiqué surf. Montamos la tienda de campaña en playa Naranjo. Es un rincón solitario, al que se llega conduciendo durante más de tres horas por un camino de tierra.
La segunda noche, después de haber dormido bastante mal la noche anterior y pasar diez horas al sol, hicimos una hoguera en la playa y comimos lo poco que nos quedaba. Las estrellas se ven muy bien desde estos países porque el cielo suele estar siempre despejado. Luego tuvimos la idea de meternos a dormir en la funda de las tablas, como si fueran una especie de esterilla-saco, una gran idea aunque Felipe (un amigo argentino que alquiló el coche con nosotros) prefirió irse a dormir al coche. La verdad es que la noche era bastante infierno pero durante el día era el puro paraíso, Surfline.com dio constancia de ello ese mismo día.
El Paque nacional Santa Rosa a parte de difícil acceso, buenos tubos y monos, también tiene jaguares, pumas, ciervos, urracas, tucanes, tortugas, serpientes, cocodrilos e iguanas. En definitiva, es un buen sitio para irte de camping. Toda una aventura. Ahora ya se porque estábamos acampados solos…
Éste es el mapa de la última etapa:
Y éste es el video de nuestro día a día en Costa Rica: